La vida sigue su curso, es una realidad. Nacimos hasta que morimos y vivimos hasta que llega nuestro día. Podría pasar algo, algún día puede ser que “la cague”. Cómo una persona vive su vida es parte de lo que nos representa como individuos en la civilización, y el miedo es la parte opresora que determina las condiciones de esa vida. Si parece fácil afrontarlo, ¿Por qué le tememos?

La civilización del miedo.

El miedo es la emoción que tenemos desde que nacemos, nos ayuda a detectar los momentos en los que es preciso reaccionar. Esos momentos están condicionados principalmente por los acontecimientos externos… ¿Podría pasar o no?  El miedo es utilizado de forma autónoma como reacción ante los peligros, es el estado natural que ayuda a prevenir frente a las consecuencias, es la alarma de nuestras emociones, el sentido de pesar ante la falta de algo.

Biológicamente es una emoción asociada a acontecimientos. En el pasado, hace miles de años, era normal tener miedo ante el ataque de un león. Era normal salir corriendo de un depredador o ante una situación de amenaza. Esa sensación de reacción emocional aparece determinada por la amígdala, la primera encargada en el procesamiento de las emociones, “situación-reacción”. Es gracias a ella a lo que sin tener que procesar cognitivamente la información, ya que sería una pérdida de tiempo ante un ataque, funcionamos frente a las circunstancias de amenaza externa. Ese proceso era vital en un mundo ante el constante ataque de depredadores, que podían acabar con la vida de un momento a otro.

Y si los miedos no fueran reales ¿Que podría pasar?

Durante los últimos milenios el miedo ha cambiado de patrón; ya no era cotidiano el animal que supondría una amenaza para la integridad física de las personas, no haría falta cazarlo, nuestros ganaderos y nuestro sistema se esforzarían en mantenernos a salvo de su constante amenaza. No ejercerían los factores externos el control sobre la fisiología humana, ¿Esto ha eliminado el miedo?  No, el miedo sigue ahí, y en muchos casos más presente que nunca. Ahora los acontecimientos no están relacionados con aspectos ajenos sino con los propios; como cada persona es capaz de vivir ante la amenaza invisible «¿Qué podría pasar si…? «. Esa emoción había sido relegada a la condición humana que haría de nuestros pensamientos jaulas para las emociones, restringiéndolas de sus alas que les proporcionaban la libertad para volar.

La civilización ha tergiversado la gestión emocional.

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La evolución cultural del ser humano ha pasado por tres fases: salvajismo, barbarie, y civilización. «Rosseau» explicó que en ese proceso evolutivo no había habido mejora sino degradación: “En el paso del estado de naturaleza del buen salvaje al estado de civilización, el hombre está pervertido y corrompido por la sociedad.” En ese proceso evolutivo las personas se han podido dejar algo por el camino, el sistema en el que vivimos ha podido generar miedos infundados con el fin de sostener un sistema económico basado en las necesidades de consumo constantes. ¿Cómo se consume? Necesitando consumir. Si se generan consecuencias sobre el hecho de no consumir, si se generan temores constantes a lo que podría pasar, si no hago tal cosa, si se etiqueta la vida a través de ideas acerca de cómo vivirla, la afección mental es mayor y el control se establece. Son las preocupaciones constantes a las consecuencias sobre los acontecimientos lo que provoca, en gran medida, el no actuar según las necesidades propias. A día de hoy, el miedo ha dejado de ser real a algo a lo que temer. Actualmente es generado “por lo que podría pasar si no hago lo correcto”, transformando su esencia en ansiedad y desarrollando un control social estricto sin la necesidad de ejercer una amenaza constante externa a través de la fuerza.

La civilización y el desarrollo implica normas de convivencia. Las personas queremos vivir a gusto unas con otras y las normas sociales ayudan a establecer el nivel de convivencia necesario para satisfacer nuestras necesidades. También puede ser cierto que esa “sobreidealización” de la sociedad establecida pueda levantar fuertes barreras mentales en el compromiso con nosotros mismos, rompiendo mi yo ante la barrera invisible del control. Si yo soy, no puedo ser todo lo que la sociedad busca, porque la identidad se vería reducida a la nada y mi ser desperdigado entre la multitud, actuando conforme a lo ajeno o a lo “socialmente aceptado” en cada segundo de mi vida.

El miedo es una de las emociones determinantes a la hora de asumir riesgos, forma parte de nosotros, es algo interiorizado, y si el pensamiento lo justifica ante la acción, dominara cada fragmento de nuestro ser, reduciéndolo a cenizas ante la perspectiva social y el debería reinante.

 

“Sólo una cosa vuelve un sueño imposible: el miedo a fracasar.”

Paulo Coelho (1947)

 

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