«El fin de la propia persona es la adaptación al medio, hay que estar al nivel». Estos y otros muchos factores pueden estar creando como norma social la creación de una idea global forjada a través de una «imagen ideal». En este artículo analizaremos los factores de la exigencia que pueden estar interviniendo directamente sobre este fenómeno.

Desde hace siglos, el ser humano ha necesitado realizar todo tipo de tareas y trabajos para poder sobrevivir. En algunas de esas épocas, como por ejemplo la industrialización (siglos XVIII-XIX), ante las mejoras en la tecnología agrícola, un sinfín de mano de obra se vio obligada a emigrar a las ciudades con el objetivo de conseguir sustento. A partir de entonces, se empezó a desarrollar una sociedad destinada al trabajo en las fábricas que daría pie a una época marcada por las diferencias de clase y las desigualdades. Esta época supuso el mayor cambio de la sociedad por la evolución a nivel económico, social y político, lo que llevó a grandes transformaciones en la organización familiar y sus miembros. Todo ello derivó en lo que se conoce hoy en día como familia nuclear. Se ha producido en este tiempo un distanciamiento entre el lugar de trabajo y el sistema familiar, sobre todo largo del siglo XX Y XXI. Con el desarrollo de la igualdad de sexos en los países desarrollados, principalmente, además del fomento de una sociedad del bienestar frente a los valores familiares , se ha cambiado el patrón familiar de conexión entre sus miembros.

Durante la última década,  las demandas de trabajo se han vuelto más exigentes. Si a eso añadimos salarios precarios y la necesidad de tener un trabajo por ambos miembros de la familia, la educación sobre los hijos es el reflejo de una sociedad cargada de demandas y necesidades. Esto se traduce en un estilo educativo afín a la exigencia, con repercusiones en la salud física y psíquica. Ante tal exigencia y su influencia sobre el estado de ánimo, depresión y trastornos de ansiedad, ha llevado a que según “el Mundo”, se tripliquen los valores de consumo de antidepresivos desde el año 2000.

En una sociedad en la que cada vez hay más competencia laboral, la exigencia se vuelve una constante en la vida de las personas, actuando en pos de un beneficio más material que personal. Es la propia exigencia la que mantenida en el tiempo hace que los individuos de una sociedad estén constantemente por encima de su nivel basal de aguante para adaptarse a esas circunstancias (estrés), lo que directamente se refleja en las conductas de la vida diaria y la interacción con los iguales, posponiendo la imagen real frente a la ideal.

¿De dónde viene la exigencia?

La necesidad de adaptarse constantemente a un mundo que cada vez necesita más para conseguir los mismos resultados (sobre todo a nivel económico), produce una desvinculación del ser humano con su individualidad y con el medio, es decir, una persona trata constantemente de agradar a ese medio para “estar al nivel”.

Los patrones familiares de educación cumplen una función esencial en la ganancia de la “valía individual”. Uno no aprende solo a través de la sociedad los valores que necesita cumplir, sino a través del propio respeto y el autoconocimiento.  Si se relegan los valores individuales, la propia iniciativa y la resolución de problemas a los valores externos, se va generando el germen de la falta de valía personal. Si tenemos en cuenta que las capacidades y la formación del cerebro, además de la plasticidad, se fomentan en la infancia y la adolescencia, estás épocas son cruciales para el desarrollo de la confianza interna necesaria asociada a la capacidad de hacer frente al mundo. Cuando en la educación de un niño no se alimenta esa valía personal, la sensación de incapacidad puede dar pie al desarrollo de esquemas mentales que vayan quedando lentamente arraigados en lo profundo del cerebro. De esta forma se dará prioridad a las exigencias externas frente a la propia individualidad. Esto puede derivar en fuertes problemas de comparación, desarrollo de expectativas irreales, sensación de incapacidad, etc.

 

¿Qué tener en cuenta en el desarrollo de la autoestima?

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Con el fin de entender mejor el concepto de autoestima, primero es importante hacer referencia a otro termino: “el autoconcepto”.

El autoconcepto es la idea mental o percepción de uno mismo, elaborada a través de la experiencia y las influencias externas que confluyen en la posterior elaboración cognitiva de esquemas mentales. Esto con frecuencia está relacionado con la forma de interactuar con los demás y con el medio. Su desarrollo empieza desde las primeras interacciones con los otros, y a partir de los 11-12 años es cuando se empieza a estabilizar.

Si el concepto de uno mismo se contrasta con la imagen ideal sobre lo que a uno le gustaría ser, ahí es donde confluye la autoestima como forma de valorar de manera positiva o negativa ese contraste. A mayor cercanía, menos contraste y mayor valoración positiva. De ahí la importancia de la exigencia: si mi yo ideal o como me gustaría que fuera se aparta excesivamente de lo que uno es, la autoexigencia aumenta, y la necesidad constante de acercarse a ese valor puede acabar produciendo a la larga la degradación y el cuestionamiento de las capacidades personales.

¿Cómo se forja la imagen ideal de uno mismo?

Volviendo al principio, las influencias sociales y la educación tienen un papel fundamental. Por un lado la influencias del medio social están regídas en gran medida por las exigencias externas y la equiparación constante a unos estereotipos sociales que se forjan como etiquetas para alcanzar así un nivel de “normalidad” aparente. Si esa imagen exigente y las etiquetas sobre cómo ser o como hacer las cosas se mantienen, se va creando en la psique una imagen ideal que puede llegar a ser excesivamente elevada sobre lo que sería importante alcanzar. Ahí es donde la educación tiene un papel fundamental; la educación de padres y tutores para contrastar esa imagen de manera crítica y ayudar a los pequeños/as, que aún forjan su autoestima, a valorar su forma de ser y sus capacidades frente a esa imagen ideal y así conseguir acortar las distancias. ¿Con que fin? Ganar autoconfianza que al final será el germen de una vida social, laboral y personal más flexible.

 

“Somos lo que hacemos, pero principalmente somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.

 Eduardo Galeano (1940-2015)

 

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