Desde la Revolución industrial en el siglo XIX, la sociedad se ha transformado del ser al tener. El desarrollo de la ciencia ha permitido la utilización de máquinas o tecnologías que agilizaban el proceso productivo, descentralizando la importancia de la persona sobre un desarrollo económico en pos de la posesión.

El uso de las nuevas fuentes energéticas como el carbón y el vapor, la revolución en el trasporte con la construcción del ferrocarril y barco de vapor, además del cambió en el sistema de trabajo familiar (de la pequeña empresa al trabajo en grandes empresas o fábricas con el fin de acelerar el proceso de producción), generaría grandes beneficios económicos. Todos estos procesos, de alguna forma, descentralizaron la importancia de la economía en contra de la persona y su propio desarrollo personal. Los individuos ya no eran independientes en su trato de comercio con el otro, se había descubierto la gallina de los huevos de oro: serían parte del proceso productivo y se les valoraría como tal y no tanto como seres humanos, rechazando la parte más propia de lo que representaban de verdad: su individualidad.

Nos habíamos convertido en parte de un engranaje corporativo que generaría beneficios con el fin de desarrollar una seguridad constante en la vida. Esto ha podido provocar la anteposición de las libertades individuales en pos la economía, y que esto haya ejercido una influencia tal que la vida se empezara a valorar  no tanto por la esencia de la persona sino de su posesión. Posesiones que harían que la gente se sintiera respetada, implantando la idea social de que “tener significa ser”, lo que a su vez ha podido ir fomentando la necesidad constante de mayor adquisición. El dinero o su afán por conseguirlo pasó a ser la mayor prioridad. No solo el mundo se había capitalizado, sino también el individuo.

¿Qué tengo y qué soy?

Ese proceso pudo haber llevado a con el tiempo esa búsqueda de capital transformara los sentimientos y la parte verbal asociada al ser y a la propia persona como una posesión, en la utilización de verbos tales como “tener y haber”, representando grandes dilemas a la hora de valorarse como aspectos humanos: “si tengo un buen trabajo tengo derecho a ser feliz”, “si tengo un coche puedo desplazarme”, “ hay que ser una persona fuerte”, “tengo una pareja”, “Tengo que mejorar cada día”, “ hay que dar el 100%”; estas son algunas de las valoraciones de la sociedad actual que determinan como alguien debe comportarse. Algunos de estos aspectos son los que en psicología denominaríamos distorsiones cognitivas. La valoración de las personas y de su propia autoestima a través de la realidad del tener determina que sus vidas pierdan o carezcan de sentido cuando eso no se cumple. La valoración constante en función de las posesiones limita a las personas,  el tener se asocia a un criterio rígido y no tiene porque relacionarse a una vida real, lo que genera una fuerte falta de flexibilidad sobre los acontecimientos que surgen a lo largo del día ante la imposición constante de ese debería. “tendría que estar bien y no soy capaz”, “no entiendo porque teniéndolo todo no soy feliz” llegando a generar síntomas depresivos acusados.

Tener o ser ¿Cómo me transforma la posesión?

La posesión de las emociones o los sentimientos “tengo una pareja”, “tengo unas actitudes adecuadas para este trabajo”, puede provocar una constante necesidad en el cumplimiento de esos deberías llegando a instaurarse como imposiciones en la vida cotidiana: ej “si tengo una pareja tengo que cumplir” , desarrollando una serie de etiquetas asociadas que pongan en conflicto constante a la persona con su desarrollo interno y su individualidad.

Las normas ayudan a generan un entorno más apacible para las personas, pero cuando estás se asocian a la constante necesidad de realización personal pueden derivar en grandes problemas de expectativas y en una inflexibilidad y exigencia tal, que convierta el cumplimiento en obligación constante y eso deteriorar la propia vida interna.

 

“Cuanto más posee el hombre, menos se posee a sí mismo.”

Arturo Graf (1848-1913)