La frase “no me siento a gusto, aún así lo permito” refleja una realidad psicológica más común de lo que parece. Personas en diferentes etapas de su vida, experimentan situaciones en las que toleran un malestar interno sin tomar acción inmediata. Puede ser en una relación de pareja, en el trabajo, en la familia o incluso en la manera de relacionarse con uno/a mismo/a.

No me siento a gusto, aún así lo permito

Desde mi experiencia trabajando con pacientes, puedo afirmar que este patrón de conducta no solo genera incomodidad emocional, sino que también puede derivar en bloqueos, baja autoestima y dificultades en la toma de decisiones. La psicología contemporánea ha estudiado a fondo por qué muchas personas permiten lo que les hace daño o les incomoda, a pesar de ser conscientes de ello.

El significado de no me siento a gusto, aún así lo permito

Decir “no me siento a gusto” significa reconocer un malestar. La segunda parte de la frase, “aún así lo permito”, muestra que se decide no actuar en consecuencia. Este contraste refleja una disonancia interna, en la que lo que sentimos no está alineado con lo que hacemos.

Autores como Leon F. (1957) ya explicaban en su teoría de la disonancia cognitiva que cuando hay una contradicción entre pensamientos, emociones y conductas, la persona experimenta tensión psicológica. Esa tensión es justamente lo que lleva a mantener el malestar y aún así puede reproducirse la conducta.

Por ejemplo:

Una mujer que no se siente a gusto en su relación de pareja, pero que aún así permanece en ella.

Un hombre que no se siente a gusto en su trabajo, pero lo permite porque cree que “es lo que hay”.

Ambos casos reflejan una incoherencia entre lo que sienten y lo que permiten, lo cual alimenta un círculo de insatisfacción.

Por qué hombres y mujeres permiten situaciones que no les hacen sentir bien

Hay múltiples razones por las que alguien dice “no me siento a gusto, aún así lo permito”. Estas causas no son simples, pero se repiten con frecuencia en mi consulta:

Miedo al cambio cuando no me siento a gusto, aún así lo permito

Cambiar implica entrar en lo desconocido. Tanto hombres como mujeres suelen preferir soportar un malestar “conocido” que enfrentarse a la incertidumbre.

Necesidad de aprobación

Muchas personas, especialmente aquellas que han crecido en entornos donde la validación externa era clave, sienten que deben complacer a otros aunque eso signifique sacrificar su bienestar.

Creencias limitantes cuando no me siento a gusto, aún así lo permito

Frases como “no merezco algo mejor”, “así es la vida” o “no quiero ser egoísta” bloquean la acción.

Coste emocional o social

Salir de una relación, dejar un trabajo o poner un límite puede generar conflictos. La idea de enfrentar esas tensiones provoca que se permita lo incómodo.

Un estudio de Baumeister y Leary (1995) sobre la necesidad de pertenencia demostró que los seres humanos priorizan mantener vínculos, incluso cuando esos vínculos son dañinos, porque la conexión social es una necesidad básica. Esto explica por qué tantas personas toleran más de lo que deberían.

Diferencias y similitudes de género

Es importante destacar que esta experiencia se vive de manera distinta en función del género, aunque ambos la comparten.

En el género femenino: suelen estar más influidas por la expectativa social de ser conciliadoras, cuidadoras o “comprensivas”. Muchas pacientes me expresan que sienten culpa cuando priorizan su propio bienestar.

En el género femenino: en consulta escucho frases como “tengo que aguantar” o “no puedo demostrar debilidad”. La presión cultural de mostrarse fuertes hace que ellos también permitan situaciones dolorosas, pero sin expresar abiertamente su malestar.

Pese a estas diferencias culturales, ambos sexos enfrentan el mismo conflicto central: la contradicción entre lo que sienten y lo que permiten.

Consecuencias de permitir lo que no nos hace sentir bien, cuando en ocasiones no me siento a gusto y aún así lo permito

Vivir bajo el lema “no me siento a gusto, aún así lo permito” tiene repercusiones profundas en la salud mental y emocional. Entre las más frecuentes se encuentran:

Baja autoestima: al no defender lo que uno siente, se refuerza la idea de que no vale lo suficiente.

Estrés crónico: sostener situaciones desagradables genera tensión constante en el cuerpo y la mente.

Desgaste en relaciones: tanto en mujeres como en hombres, esta actitud suele llevar a dinámicas tóxicas.

Ansiedad anticipatoria: aparece la preocupación constante por lo que podría pasar si se intentara cambiar la situación.

Un estudio longitudinal de Kross et al. (2014) demostró que las personas que permanecen en contextos que les generan malestar prolongado desarrollan mayor vulnerabilidad a la depresión y a la somatización física (dolores musculares, problemas digestivos, fatiga).

La voz interior y el silencio aprendido cuando no me siento a gusto, aún así lo permito

En mi práctica clínica he comprobado que muchas personas identifican claramente el momento en el que se dicen a sí mismas: “no me siento a gusto”. Sin embargo, inmediatamente después aparece un mecanismo automático: el silencio aprendido.

El silencio aprendido como mecanismo de defensa que potencia la idea de «no me siento a gusto y aún así lo permito»

Ese silencio viene de experiencias pasadas:

Haber crecido en un hogar donde no se permitía expresar emociones.

Haber sido castigado o castigada por decir “no”.

Haber recibido mensajes como “no exageres”, “es tu obligación” o “no hagas problema de todo”.

Con el tiempo, ese silencio se normaliza y se convierte en el permiso al malestar.

Factores culturales que perpetúan el “aún así lo permito” cuando no me siento a gusto

No podemos analizar esta frase sin tener en cuenta el contexto cultural. En sociedades donde se premia la resignación y se valora el “aguantar”, tanto hombres como mujeres interiorizan la idea de que deben permitir lo incómodo.

Ejemplos de creencias culturales que sostienen este patrón:

“El trabajo es sufrir, por eso se llama trabajo”.

“El amor todo lo perdona”.

“La familia está por encima de todo, aunque duela”.

Estas frases actúan como anclas culturales que justifican seguir en situaciones donde no se está a gusto.

Ejemplos de la vida cotidiana

La frase “no me siento a gusto, aún así lo permito” no es solo un concepto abstracto. Tiene manifestaciones concretas en la vida diaria:

En el trabajo: aceptar tareas que no corresponden, soportar un jefe abusivo, permanecer en un puesto que genera ansiedad.

En la pareja: tolerar falta de respeto, normalizar la indiferencia emocional, aceptar dinámicas de dependencia.

En la familia: callar ante comentarios hirientes, permitir invasión de la intimidad, priorizar siempre a los demás.

En la amistad: mantener vínculos que drenan energía, callar para no discutir, aceptar comportamientos que generan malestar.

Cada uno de estos ejemplos muestra cómo la persona reconoce que no está a gusto, pero mantiene la situación sin poner un límite.

El papel de la autojustificación cuando no me siento a gusto y aún así lo permito

Un mecanismo muy estudiado en psicología es la autojustificación. Como señalan Aronson y Tavris en su obra Mistakes Were Made (But Not by Me) (2007), los seres humanos buscan proteger su autoestima construyendo narrativas que justifiquen decisiones que en el fondo no les hacen felices.

Cuando alguien se dice “aún así lo permito”, suele venir acompañado de frases como:

“Quizás no es tan grave”.

“Podría ser peor”.

“Al menos tengo algo”.

Estas frases funcionan como parches emocionales, que reducen momentáneamente la incomodidad, pero perpetúan la situación.

Cómo romper el ciclo de permitir lo que no nos hace bien cuando no me siento a gusto, aún así lo permito

Aquí es donde la psicología aplicada cobra fuerza. En mi trabajo con pacientes, observo que los cambios más profundos surgen cuando la persona empieza a reconocer que no necesita justificar su malestar para poder tomar decisiones.

Los pasos fundamentales incluyen:

Reconocer la emoción: admitir que algo no se siente bien.

Validar la experiencia: aceptar que ese malestar es legítimo, sin minimizarlo.

Identificar el patrón: detectar en qué contextos aparece el “aún así lo permito”.

Pequeños límites progresivos: aprender a decir “no” en situaciones menos amenazantes, para fortalecer la confianza.

Construir un relato interno distinto: cambiar frases de autojustificación por afirmaciones de valor propio.


La infancia y el origen de permitir lo que incomoda

Muchas veces el origen de la frase “no me siento a gusto, aún así lo permito” se encuentra en la infancia. En mi práctica clínica observo que tanto mujeres como hombres que hoy toleran lo que no desean fueron niñas o niños que tuvieron que adaptarse a contextos donde sus emociones no eran validadas.

Ejemplos frecuentes:

Una niña que quería expresar tristeza, pero escuchaba “no llores, no es para tanto”.

Un niño que sentía miedo, pero recibía “sé fuerte, no seas débil”.

Una adolescente que intentaba poner límites, pero era acusada de egoísta.

Estas experiencias generan un aprendizaje silencioso: “mis emociones no importan” o “mejor callar que incomodar”. Ese aprendizaje infantil se convierte en la semilla que en la adultez florece en forma de permitir lo que incomoda.

Autores como John Bowlby (1988) en su teoría del apego ya señalaban que la manera en que las figuras cuidadoras responden a las necesidades emocionales condiciona cómo, de adultos, gestionamos la cercanía y el malestar en las relaciones.

El impacto en la identidad personal cuando no me siento a gusto y aún así lo permito

Cuando alguien repite constantemente “no me siento a gusto, aún así lo permito”, la consecuencia más grave no es solo el malestar puntual, sino el impacto en la identidad.

Al permitir lo que incomoda, la persona empieza a definirse en torno a la renuncia.

La mujer que siempre cede en silencio empieza a verse como alguien que “no tiene derecho a quejarse”.

El hombre que nunca expresa su incomodidad se identifica como “el que aguanta todo”.

Ambas construcciones refuerzan una identidad limitada, que dificulta el desarrollo de una vida auténtica.

Estrategias prácticas para mujeres y hombres cuando no me siento a gusto, aún así lo permito

Superar la dinámica de “no me siento a gusto y aún así lo permito” no significa cambiar de un día para otro, sino implementar pasos prácticos que permitan romper la inercia.

Ejercicio del espejo emocional

Recomiendo a mis pacientes dedicar unos minutos al día frente al espejo y verbalizar lo que sienten. Expresiones como “hoy no me siento a gusto con lo que pasó en el trabajo” permiten legitimar las emociones.

Detectar la palabra “pero”

Muchas veces el permiso al malestar viene disfrazado de justificación: “no me siento a gusto, pero es lo que hay”. Sustituir ese “pero” por un punto final es un primer acto de ruptura.

Practicar límites pequeños

Decir “no” en situaciones de bajo riesgo (ejemplo: rechazar una invitación no deseada) fortalece la capacidad de decir “no” en asuntos mayores.

Escribir un diario de incoherencias

Apuntar cada día un momento en el que hubo un contraste entre lo que se sentía y lo que se permitió ayuda a visibilizar el patrón y tomar consciencia.

Buscar apoyo terapéutico

En muchos casos, trabajar con un psicólogo facilita que tanto mujeres como hombres puedan reconfigurar sus narrativas internas y aprender nuevas formas de actuar.

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El papel del miedo al conflicto: no me siento a gusto y aún así lo permito

Uno de los principales motores de la frase “aún así lo permito” es el miedo al conflicto. He escuchado en consulta tanto a mujeres como a hombres expresar: “prefiero callar antes que generar un problema”.

Sin embargo, los estudios en psicología de la comunicación muestran que evitar el conflicto no elimina el problema, sino que lo cronifica.

Gottman y Levenson (2002) demostraron en sus investigaciones sobre dinámica de pareja que los conflictos evitados suelen regresar con más intensidad y dañan la relación a largo plazo.

En el ámbito laboral, investigaciones de De Dreu y Weingart (2003) evidencian que los equipos que no abordan conflictos abiertos terminan reduciendo su productividad y aumentando el desgaste emocional.

Esto confirma lo que observo en la práctica: permitir el malestar para evitar conflicto genera un costo mayor que enfrentarlo con asertividad.

Para ilustrar, comparto algunas frases tópicas de mi experiencia profesional como psicólogo:

-“No me siento a gusto en mi relación, aún así continuo”.

-«Me ha dicho algo que no me gusta y no he podido responderle»

-«No soy capaz de decirle nada cuando se pone así»

-«No puedo hacer otra cosa, sino que va a ocurrir, igual se cansa de mí»

Estos ejemplos reflejan que la frase no es solo un concepto, sino una realidad que impacta profundamente la vida de hombres y mujeres.

Estudios recientes sobre la incoherencia emocional

La psicología actual continúa investigando cómo afecta la incoherencia entre lo que se siente y lo que se permite.

Sheppes et al. (2015) encontraron que la supresión constante de emociones negativas incrementa el riesgo de ansiedad y problemas de regulación emocional.

Gross y John (2003) mostraron que las personas que reprimen emociones tienden a reportar menor satisfacción vital y relaciones menos auténticas.

Estos estudios confirman que permitir lo que incomoda no es neutro: genera un desgaste acumulado que afecta la salud emocional y física.

Señales de que alguien vive bajo el patrón «no me siento a gusto, aún así lo permito”

En consulta, identifico varios indicadores que muestran cuando una persona está atrapada en esta dinámica:

Uso frecuente de frases resignadas: “es lo que hay”, “no queda otra”, “mejor no decir nada”.

Sensación de vacío: vivir muchas horas al día con la sensación de estar desconectado de uno mismo.

Molestia somática: dolores de cabeza, tensión en el cuerpo, problemas digestivos asociados al estrés.

Falta de límites: dificultad para decir “no” incluso en cuestiones pequeñas.

Autocrítica excesiva: culparse por sentir malestar en lugar de validar la emoción.

Reconocer estas señales es el primer paso hacia el cambio.


El camino hacia la coherencia personal cuando no me siento a gusto y aún así lo permito

El gran desafío es transformar el “no me siento a gusto, aún así lo permito” en un “no me siento a gusto, por eso lo cambio”.

Este camino no implica egoísmo, como muchas personas temen, sino autenticidad y autocuidado.

Para las mujeres, puede significar aprender a poner límites sin culpa.

Para los hombres, puede implicar reconocer que expresar incomodidad no los hace débiles, sino humanos.

La coherencia personal es vivir de forma que lo que se siente y lo que se hace estén alineados. Ese alineamiento genera bienestar, confianza y relaciones más auténticas.

Reflexionando sobre lo visto en este artículo acerca de «no me siento a gusto y aún así lo permito»

La frase “no me siento a gusto, aún así lo permito” es un espejo de la incoherencia que muchos cargan en silencio. Pero no es una condena. Es posible aprender a transformar esa actitud en un motor de cambio.

Como psicólogo especialista en relaciones, he visto cómo muchas personas a través de un trabajo interior en terapia logran romper el círculo cuando se atreven a reconocer su valor y actuar en consecuencia. La ciencia lo respalda, la experiencia lo confirma y la vida lo recompensa.

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El cambio comienza con un acto sencillo pero poderoso: regular los límites a lo que nos aleja de lo que somos


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«Cómo poner límites cuando siento que me juzgan sin juzgar»

«Tener o ser: ¿Donde están los límites de la posesión?»


Bibliografía relacionada con no me siento a gusto, aún así lo permito

Baumeister, R. F., & Leary, M. R. (1995). The need to belong: Desire for interpersonal attachments as a fundamental human motivation. Psychological Bulletin, 117(3), 497-529.

Allen, K.-A., Gray, D. L., Baumeister, R. F., & Leary, M. R. (2022). The need to belong: A deep dive into the origins, implications, and future of a foundational construct. Educational Psychology Review, 34(2), 1133-1156

Gross, J. J., & John, O. P. (2003). Individual differences in two emotion regulation processes: Implications for affect, relationships, and well-being. Journal of Personality and Social Psychology, 85(2), 348-362